Galicia divertida

Las elecciones gallegas son tan divertidas como una página de Madera de boj. Feijóo ha contado que le dijo un marinero: «Si no pescamos masivamente merluza, llegarán a las playas y morderán a la gente. Hay que decir esto en Bruselas». Parece que Feijóo puede ganar por mayoría absoluta, aunque el procónsul Cayo Lara ha comentado que la palabra del candidato del PP es un bono basura porque encabeza una coalición de defraudadores fiscales, banqueros y estafadores electorales. Xosé Manuel Beiras habló como si cantara: «Castelao diría hoxe que a vaca galega ten os seus tetos en Berlín». Como la doniña de Cela, la merluza gallega es bonitiña y garridiña, pero no le gusta que la insulten y si esto ocurre se vuelve venenosa y ataca a los bañistas.

Los candidatos hablan de las cosas de la tierra, de leche y merluza, de mar y borrascas; no provocan tanta angustia como los políticos de Cataluña y el País Vasco, donde según las encuestas arrollarán los nacionalistas-independentistas. En Galicia hay dos partidos que reivindican la nación gallega, el Bloque y Alternativa, y también se asoma por los carteles Mario Conde, aunque el sistema no le deja sacar la cabeza.

El lenguaje del nacionalismo gallego es más literario que el de los otros porque tiene su origen en mitos suevos y lluviosos, y no es tan pernicioso como los demonios independentistas vascos y catalanes, que para los españoles-españoles tienen el carallo en forma de tornillo como los porcos. Los gallegos también cuentan con su Wifredo el Velloso, sus séculos escuros y una figura majestuosa, el mariscal Pedro Pardo de Cela, el libertador de Galicia, que fue decapitado hace más de 500 años en la plaza de Mondoñedo por orden de los Reyes Católicos.

Cela, que descendía según él mismo del mártir de los irmandiños, solía decir: «En mi familia no se guarda rencor a la reina Isabel la Católica. El tiempo todo lo borra». En realidad la reina indultó al mariscal, pero los cóengos de la catedral entretuvieron a su esposa, que traía el indulto, y cuando llegó ya habían degollado a su marido.

Los grandes escritores gallegos no se tomaron en serio el nacionalismo gallego, producto según ellos del suspiro de unas décimas a la antigua Suevia; lo veían como producto del aburrimiento provinciano. Camba escribió que el nacionalismo es una cursilería, y el gallego un idioma «para hablar con las gallinas o las muchachas de aldea».

Valle-Inclán piensa que sólo son imitaciones de catalanes o sueños de poetas. Cela, sin embargo, me decía que el gallego era un idioma hermoso, adecuado para la poesía. «Quien pidió a la Real Academia que el gallego tuviese consideración de lengua, fui yo».